jueves, 29 de marzo de 2007

La doblez

Hay objetos cotidianos y mínimos que suscitan nuestra continua indiferencia pero que, en ocasiones, se rebelan contra su insignificante destino y se muestran al mundo como metáforas reveladoras de la condición humana.

Centrémonos en los guantes de fregar. ¿Acaso esas fundas de látex, de colores llamativos con frecuencia, de usar y tirar también con frecuencia, no son como la ética?

Con ellos nos protegemos las manos para llevar a cabo acciones desagradables sin miedo a mancharnos o contaminarnos. Pero, cuando queremos ser nosotros mismos, dedicarnos a lo que de verdad nos gusta, nos los intentamos quitar y entonces sobreviene la pequeña tragedia, en forma de duda: ¿cuál nos quitamos primero? (Los zurdos que lo interpreten a la inversa). ¿La mano derecha, la ética de la responsabilidad, para poder maniobrar con soltura a la hora de sacarnos, después, el guante izquierdo, la ética de la convicción, que queda, entretanto, a salvo de la contaminación? ¿O nos sacamos primero la ética de la convicción porque con la ética de la responsabilidad tenemos más facilidad para comenzar la engorrosa tarea? Por supuesto, siempre agarrando el guante por la abertura, por ese lugar indefinido en el que nuestra extremidad buscaba refugio, nunca por la zona contaminada, exhibida.

Después está el problema de la doblez. ¿Por qué se dan la vuelta y nos muestran nuestras miserias íntimas? Porque, sí, los guantes nos protegen de la suciedad exterior, pero no nos protegen de nuestra propia transpiración, que queda así expuesta a nuestra mirada y a la de quien se pasee por el lugar. Y lo que vemos no nos gusta, ni debe interesar a observadores no deseados.

Para rematar, está el problema de los dedos que se encogen, como si las falanges temerosas de escapar del encapsulado se replegasen sobre sí mismas en un movimiento retráctil que impide que la funda vuelva a su posición original. Entonces es cuando no nos queda más remedio que entrar en contacto con las sustancias de las que anteriormente nos protegíamos, al tener que tirar, con las yemas de nuestros dedos desnudos, de las cinco (diez) puntas, por el lado exterior del guante. Todo vuelve a su sitio, pero a qué precio.

Por si acaso, yo siempre le recomiendo al Barón que use guantes más caros, que duran más y no dan tantos problemas, pero él siempre me salta con lo del relativismo moral.

Fdo: La Sombra del Barón.

jueves, 22 de marzo de 2007

¿Quién quiere ser el malo?

Cuando era pequeñito, el Barón pasaba largas horas con su mejor amigo, jugando a indios y vaqueros. El instrumental: los típicos muñequitos de plástico que todo el mundo conoce. La historia: un sangriento cerco de los indios al fuerte, que siempre acababa igual, con dos supervivientes (uno por bando) que hacían las paces y se marchaban juntos por el desértico pasillo adelante, dejando atrás un reguero de sangre, muerte y destrucción (al Barón le encantan los "trópicos", como diría la miss intelijente).

Ahora, dos científicos de California dicen que han descubierto la zona del cerebro en la que se resuelven los dilemas morales. Han estudiado a unos cuantos pacientes con el córtex prefrontral ventromedial (VMPC) dañado, y han visto que estos pacientes no dudarían en tomar decisiones que la gente con el cerebro en su sitio no tiene tan claras. Decisiones como optar por sacrificar a un hijo para salvar a varias personas o matar a sangre fría a un asesino en serie. Decisiones que implican un dilema entre una elección favorable al bien común o condicionada por nuestras emociones y sentimientos. Colectividad e individualidad. Lo socialmente correcto y lo individualmente satisfactorio.

En La vida de los otros, el protagonista se nos aparece como un hombre profundamente convencido de que con su labor policial ayuda a construir el socialismo, que es la emancipación de la humanidad. Dejando al margen si esto es así o no (si es que es posile clarificarlo en abstracto), la cuestión es que el protagonista acaba identificándose con el objeto de su espionaje, hasta el punto de que renuncia a su compromiso con el Otro (el sistema) para favorecer al otro (un individuo). No está claro por qué lo hace (el segundo mayor fallo de la película), pero es un proceso inverso al del daño en el VMPC: donde antes no había lugar a la compasión por el sufrimiento de un individuo concreto, ésta aparece: sin ningún tipo de daños cerebrales. Se intuye que lo que se produce es un ataque de escepticismo, una pérdida de fe en el sistema, que acarrea el propio sacrificio personal del protagonista.

Pero el mayor fallo de la película es que, sumada a esta falta de tacto a la hora de reflejar la ambigüedad moral de los personajes (la de todos), aparecen figuras arquetípicas como el ministro. Un tipo repulsivo en todos los aspectos, que encarna toda la maldad del sistema estalinista (la corrupción del ideal por el poder personal). Demasiado acartonado para ser creíble. Le ocurre a esta película, en opinión del Barón, lo mismo que a La Lista de Schindler con el antagonista: no se puede pretender mostrar la bondad o maldad de un sistema social haciendo aparecer a sus defensores como psicópatas, porque no es real. Todos somos la sociedad y todos somos moralmente ambiguos.

Si hasta el Barón y su amigo, cuando eran pequeñitos, sabían que, al final, después de masacrar a un regimiento de caballería a o una tribu indígena, nadie quiere ser el malo.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Precisión en los términos

El Barón, gran aficionado a detraer frases especialmente significativas de contextos diversos, incorporó el otro día una nueva sentencia a su colección. En una escena de la película Una giornata particolare, de Ettore Scola, el personaje de Gabriel (encarnado por Mastroiani), le dice a su vecina Antonietta (Sofía Loren): "El inquilino del Sexto no es antifascista, es el fascismo el que es anti-inquilino del Sexto".

Por frases como "El que diga que no ha sido ETA es un miserable" (Ángel Acebes tras los atentados del 11-M) o "Esos resentidos que andan ladrando su rencor por las esquinas" (José María Aznar tras la catástrofe del Prestige) o "Esas manifestaciones antidemocráticas" (Rajoy y Zaplana tras las espontáneas manifestaciones de cabreo e indignación, en plena jornada de reflexión electoral, que sucedieron a la sarta de mentiras de Acebes tras el 11-M), o tantas otras lindezas que suelen proferir los representantes del Partido Popular, muchas personas, entre ellas el Barón, siguen esperando que alguien les pida disculpas públicamente. El Baron, como muchos otros, no es anti Partido Popular, es el Partido Popular el que es anti-Barón.

Y Gaspar Llamazares se equivoca (nueva precisión) al decir que el PP está utilizando a la ultraderecha como fuerza de choque: Es la ultraderecha la que está utilizando al PP como fuerza de choque.

Y en el próximo programa, hablaremos del gobiern0.