viernes, 30 de noviembre de 2007

Tiempo de zozobras

Sucede, a veces, entre tanta información que se trastoca, entre tanto ir y venir y no parar en ningún sitio, que hay que dejarse guiar por las voces que provienen de un camino ya recorrido, de rutas que propician experiencia, y esas voces nos conducen a descubrir cosas como Cabo de Hornos, historia que fluye y se acelera paso a paso, que esconde sugerencias en la evocación mítica de su nombre, el rincón del mundo al que sucumbieron navegantes y aventureros de todas las épocas, pero que narra, cruel ironía, la singladura de un hombre de pasado fracasado, futuro incierto (Sansavenir es su apellido) y presente incomprensible, navegante del periodismo en la esquina de Europa, que se asoma una y otra vez a las costa atlántica, sin saber si es para confirmar que no hay camino más allá de la playa de Carnota, y que el recorrido hasta entonces no son más que pezuñas enterradas en la arena, ni si es para descubrir el errar de otros que nos han precedido, la saga de dos hermanos poetas, uno ficticio (poeta, no hermano) que arrambla con la gloria y otro genial que desciende a los infiernos, y sólo se acompaña de un colega sumergido en esencias etílicas patrias (licor café) o foráneas (güisqui), en pequeñas píldoras ansiolíticas, siempre junto a su fiel camaleón Ulises, y ocasionalmente (uniocasionalmente, podríamos decir, ya que la experiencia es única en el fragmento de tiempo que se nos está contando) de una mujer tan perdida como él, y de una vedette arrinconada, remedo de estrellas que fulgieron en la ciudad de las luces, y de un anciano fantasma que se instala en su casa y que marca el inicio de la deriva sin fin, siendo además compañero de viaje de los poetas espectro y del gran revelador de la impostura literaria, que también es un espíritu, y todos juegan al mismo juego del no saber ni dónde estamos ni quiénes somos, y así hasta que termina, sin solución, sin esperanza para un tiempo de incertidumbre y zozobra en el que nada es, simplemente, por sí mismo, sino en unas coordenadas en el espacio, como una navegación, pero éste es un viaje a la deriva, donde la ciudad de las burgas (se insinúa pero no se afirma) es un pastiche de viejas capitales literarias europeas, y no hay referencias fijas que orienten el caminar sin rumbo de Sansavenir, que se expone constantemente a estrellarse contra la costa, que es el final del mar, hacia ese Cabo de Hornos, o hacia otro cualquiera porque, al fin y al cabo, cualquier cabo es propicio para naufragar.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Música para corazones incendiados

El descubrimiento literario de este año se confirma para el Barón. A. M. Homes recurre al esperpento, ese género en apariencia tan de Cretinia, para retratar sin compasión a un matrimonio de clase media que reside en las afueras de Nueva York. Pero también se dibujan los perfiles de la clase social a la que pertenecen (sus amigos, los compañeros del trabajo de Paul, los padres del colegio de sus hijos...), y, sobre todo, a un país enfermo, neurótico, paranoico y psicótico por momentos.

El argumento arranca de un arrebato de furia conjunta, de un gesto de inclemencia de los protagonistas hacia su propia vida, para desparramarse a lo largo de las páginas en una sucesión de acontecimientos absurdos, ridículos, de movimientos imparables hacia el abismo. No hay asomo de piedad, las pocas posibilidades de rectificación que se van sucediendo en las descarriladas vidas de Paul y Elaine son desbaratadas por ellos mismos, alienados, una tras otra, hasta el estallido final.

El regusto es bien amargo, pero cada frase supura ironía y es un arma contra la autocomplacencia de nuestro querido primer mundo. No hay escapatoria. Los personajes más felices del libro provocan sonrojo, de estúpidos que son. Y alguno hasta oculta inquietudes y se desdobla en más de una dimensión.

Los personajes más tristes, los protagonistas, Paul y Elaine, agonizan en su propia frustración, y arrastran a sus hijos por la senda del desastre.

A. M. Homes, el Barón también te ama a ti.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La alegría de vivir

“Más de una vez ha pasado por mi imaginación el pensar si todos, sin excepción de clases, sentimos la misma alegría de vivir. La cuestión, excesivamente compleja, tiene sus pros y sus contras. En principio creo que, por lo menos en la infancia, hay un gran porcentaje en favor de la supuesta alegría, porque en esa edad ¿quién tiene la necesaria reflexión para meditar sobre la cuestión? Sin embargo, los mismos niños a veces reflexionan y ven el contraste entre los ricos y los pobres. ¡Cuántas veces he presenciado esa exploración que los niños proletarios hacen en un momento de lucidez reflexiva de sus compañeros muchas veces burgueses! Su mirada se fija ya en sus juguetes, ya en su indumentaria, en su calzado, en fin, en infinidad de cosas para ellos vedadas. No obstante, toda esta amargura no dura más que esos breves momentos que duran en él todas sus doradas ilusiones.

Desde luego para los que tenemos que ver todos los días esa diferencia en su vivir, tiene que hacer en nosotros el efecto de un reactivo que nos mueva a hacer algo por evitar injusticia de tanta magnitud.

Desde el punto de vista humano, que es el único donde deben mirarse las cosas humanas, no puede haber injusticia mayor que la de dividir desde la infancia a los hombres, división que resulta más injusta, por ser los trabajadores, que todo lo producen, los que ocupen el último lugar en la escala en que se hace figurar.

Esa primera división que los niños no llegan a comprender se acentúa con caracteres perfectamente marcados en el adulto…


No obstante hoy parece despierta de su aletargamiento y al fin parece que nuestros trabajadores se incorporan a filas dispuestos a hacer valer sus derechos. Pero ciertamente para que la alegría de vivir sea igualmente sentida en todos los hombres, hoy más que nunca, es necesario que todos nos agrupemos en torno de nuestras aspiraciones... Contra la escuela única y laica se han dirigido los cañones de grueso calibre, porque ahí es donde está la raíz que ha de dar origen a la liberación completa, ya que en la escuela única no puede haber privilegios; pero junto a la capacitación cultural tiene que estar la acción constante para que esa alegría no pueda desaparecer nunca de los hogares proletarios. O más bien dicho, traerla, porque no existe".

Fragmentos del artículo "La alegría de vivir", firmado por Herminio Barreiro Calvete, maestro represaliado, y publicado por el semanario socialista La Hora, hacia 1935 o 1936. Fue reproducido(folios 51 y 52) como prueba acusatoria de "adhesión a la rebelión" en el expediente de depuración del autor, que conllevó, además, una pena de cuatro años de prisión y la imposibilidad de ejercer el magisterio hasta 1974.

La desvergüenza de una justicia ilegítima no puede ser paliada ni siquiera con una ley que anule las sentencias franquistas: todo la dictadura fue ilegítima (no solo sus sentencias), desde el principio hasta el final. Los rebeldes acusaban entonces de "adhesión a la rebelión", como sus hijos (ilegítimos) políticos, antidemócratas de vocación, se atreven ahora a hablar de democracia, y a tachar de antidemócratas a otras fuerzas políticas.




lunes, 5 de noviembre de 2007

Tectónica

Divergencia, convergencia y transformación son las tres formas básicas de límite entre placas.

El primer límite hace que el magma fluya hasta la superficie y solidifique una dorsal de separación entre las placas, que ya nunca volverán a ser las mismas. También puede producirse una gigantesca grieta que nada puede rellenar.

El segundo límite hace que dos placas choquen, pero hay dos formas básicas resultantes: orogenia y subducción. En la primera, ambas placas (continentales) luchan por la primacía, y dan lugar a la formación de grandes cordilleras. En la segunda, una de las placas (la oceánica) opta por plegarse a la otra, y vuelve a las profundidades, y a fundirse en el magma primigenio.

El tercer límite hace que entre dos placas se acumule una inmensa energía potencial, que es liberada cuando no es posible aguantar más la tesión. Entonces sobrevienen los terremotos.

Todo individuo (e incluso todo cuerpo social) tiene límites de convergencia y divergencia a su alrededor. Son procesos paulatinos, graduales, delimitables en el espacio y perceptibles en el tiempo. Distanciamiento, acercamiento, barreras y grietas, espacios en común, materia nueva que surge del fondo del abismo.

El peligro, como en la tectónica de placas, está en lo impredecible de los límites transformantes.