viernes, 2 de octubre de 2009

Adelanto de un nuevo experimento

Hoy por la mañana, al entrar en la bodega, vi que se había volcado la caja de las manzanas. Debió ceder al peso y se produjo una avalancha. Eso es lo que pasó. Me gustaría comenzar con algún acontecimiento espectacular, significativo, decisivo, pero he decidido empezar por éste, que es lo más peculiar que me ha pasado hoy. Y ni siquiera me he enterado hasta que lo he visto.

He recogido algunas manzanas, las he metido en una cesta y se las he llevado a Hilda, mi vecina. He aprovechado que su marido ya no estaba en casa porque no soporto su mirada desdeñosa. A saber cómo la trata. También he llevado a Adrián. Es curioso: todo el mundo dice que se parece a mí. Hilda, que siempre me da la impresión de que va a llorar cuando ve al niño, también lo dice.

Regresé a casa, le di el biberón a Adrián y decidí contar la historia de mi vida. Cada día escribiré un poquito. No es que tenga deseos de inmortalidad, pero me apetece compartir mi experiencia y que alguien llegue, quizás, a comprenderme algún día. También es una forma de comprenderse a uno mismo. Uno siempre tiende a analizar los actos de su vida como eslabones lógicos de una cadena de elecciones y decisiones conducentes a un fin determinado, que es el presente.

Mi presente es Adrián. Y mi presente inmediato es el montón de manzanas que se acumula en el suelo de nuestra bodega. Es como si, llegada una edad, las personas rompiésemos la barrera del sonido: la velocidad se acelera y, cuando nos damos cuenta de lo que estamos viviendo, ya lo hemos vivido. Me imagino que la muerte es la culminación de este proceso, el último paso, el postrer movimiento, del que ya no podremos ser conscientes. Aunque sólo tengo cuarenta y seis años y espero que aún me queden pasos que dar. Aprovecharé que tengo que devolver esas manzanas a la caja para tocar madera.