miércoles, 30 de diciembre de 2009

Feliz 2010



Unha extraña caricatura atopada na Rede para despedir o ano. Que o vindeiro 2010 veña cheo de satisfaccións e momentos divertidos. Total, vai vir igual...

4. Hathor, la Emperatriz

Amor, fecundidad, maternidad. Todo junto en una sola diosa, de ahí que fuese madre y esposa de Horus, según le viniese al escriba. El incesto nunca ha sido problema para los dioses. Los cuernos no tiene nada que ver con este tema, pero siempre figura con ellos. Encima, alimentaba las almas de los muertos a su partida y, sorpresa, los recibía en el Más Allá. Auténticamente ubicua.

martes, 29 de diciembre de 2009

3. Isis, la Suma Sacerdotisa

La pureza. Hija de Ra. Gran diosa madre. Hermana y esposa de Osiris, lo busca en el Nilo, lo encuentra, se lo secuestran y descuartizan, vuelve a buscar sus catorce pedazos, los encuentra y los recompone (¡vaya, no hemos encontrado el pene!). Aun así, concibe mágicamente (la pureza), del castrado Osiris, a Horus. Igual los Evangelistas no eran tan originales (pero, al menos, a San José lo dejaron tranquilo y entero...)

miércoles, 23 de diciembre de 2009

2. Thot, el Mago

Cabeza de Ibis para el dios del tiempo, señor de la oscuridad y guía de las almas de los muertos. Para ello, espera pacientemente a que Osiris acabe sus juicios. Convincente y juguetón, posee el anillo que simboliza el infinito. Para él, la vida y la muerte son un juego. Podría ser la mascota de más de uno...

martes, 22 de diciembre de 2009

Otro fragmento de Ardora

Ayer por la noche aproveché unas cuantas manzanas para hacer una tarta. Me gusta una receta que tenía mi abuela materna. A ella se la dio una vecina judía que tenía cuando vivía en Brooklin. Le llamaba apple crumble, migas de manzana. O algo así. Mi madre nació allí, en Brooklin, pero un verano vino de vacaciones, conoció a mi padre y ya nunca regresó. Nunca entendí muy bien cómo mi madre, siendo de Nueva York, pudo adaptarse al ambiente de aquí en aquellos años terribles. Debió ser la fe, y su amor a la misa en latín. Y el dinero de mi padre. Mi abuela, en cambio, murió allí, y yo nunca pude ir a visitarla. Ella y el abuelo venían casi todos los veranos, para ver a la familia. Cuando crecí lo suficiente como para tener ganas de ir a visitarla ella ya no vivía. Aun así, una vez estuve en Brooklin y busqué la casa de mis abuelos. Ya no existía.

La primera parte es sencilla, no hay más que cortar media docena de manzanas en rodajas y ponerlas en el molde, en capas. La segunda parte es más difícil. Hay que mezclar trescientos gramos de azúcar, ciento cincuenta gramos de harina, una cucharada de levadura y un huevo batido. Se forma una masa espesa y grumosa que hay que extender con gran trabajo sobre los trozos de manzana, que se quedan adheridos a la masa.

Cuando estaba en la segunda parte Adrián empezó a llorar. Tuve que dejar la tarta. Apagué el horno y fui a la habitación. Sólo comprobé que no le pasaba nada, pero no me atreví a cogerlo en brazos. Tendría alguna molestia. Al poco tiempo se volvió a quedar dormido. Es demasiado pequeño como para tener miedos nocturnos. Yo tenía muchos cuando era un niño. Las angustias de un bebé deben ser insoportables, por eso es una etapa que nadie recuerda.

Cuando regresé a la cocina algunas rodajas de manzana habían intentado escapar del molde, pero dejaron un rastro de harina y azúcar que me facilitó la captura. Alguna ya había llegado hasta la sala. Volví a encender el horno, extendí la mantequilla sobre la masa, metí el molde, me serví un oporto y me fui al porche a esperar a que se dorara.

Mi noche más angustiosa la pasé en Oporto. No viajaba mucho con mis padres, pero hasta allí no era un viaje largo, ni siquiera entonces, y mi padre solía acercarse para aprovisionarse en las bodegas y poder presumir de entendido ante los clientes importantes. Una de las veces decidieron llevarnos a Dito y a mí con ellos. Normalmente nos dejaban con Fernanda, la sirvienta, pero, cuando Dito cumplió ocho años, mi padre quiso homenajear a su primogénito con una excursión a un país extranjero. Y yo fui de rebote. Tenía cinco años.

Recuerdo la impresión de ver un sitio parecido pero distinto a Capetón. Casas antiguas encaramadas en las laderas, como queriendo precipitarse al río. Tengo grabada también la imagen metálica del puente sobre el río. La armonía del color y el ritmo del perfil de la ciudad debieron dejar algún poso en mí, de ese tipo de cosas que van marcando nuestro camino y acaban por ser definitorias de nuestro papel en la vida. Ninguna ciudad me ha vuelto a producir la sensación que entonces experimenté.

Pero todo recuerdo queda oscurecido por la figura de Sandeman. El cartel ocupaba toda la pared de un edificio. En él aparecía la silueta, en negro sobre amarillo, de un ser oculto bajo una capa y un sombrero de ala ancha. Yo me quedé sobrecogido por esa imagen y me acuerdo de que le pregunté a mi padre quién era el señor del cartel.

El sadismo no era uno de los rasgos del carácter de mi padre, pero, en ese momento, debió pensar que sería divertido decir lo que dijo. “Es Sandeman, el hombre de arena”. Yo le pregunté si era malo, y él siguió el juego y me dijo que por las noches se acercaba a la cama de los niños y le echaba arena en los ojos para que se durmieran. Mi padre no era culto, aunque conocía esas leyendas anglosajonas por mi madre, que tampoco era culta pero había nacido y crecido en Brooklin. Es muy posible que, si yo me hubiese echado a llorar, mi madre hubiera acudido en mi auxilio. Pero, como me pasó muchas veces después, no tuve ninguna reacción visible. Dejé que la amenaza quedase ahí, flotando delante de mí y haciéndose mayor a medida que pasaba el tiempo. Horas después, esa misma noche, mientras Dito dormía, yo mantenía mis ojos abiertos esperando que el hombre de negro entrase por la puerta de la habitación de aquel hotel que a mí me parecía tan siniestro. No sé cuánto tardé en dormirme, pero creo que nunca dejé de esperar la visita del hombre de arena. Ni aun después de saber que todo era una farsa de mi padre. Ni aun después de haber leído el cuento de Hoffmann, y las teorías de Freud. Ni aun después de haber conocido a Julio, su catalítica encarnación.

Porque “vivir es fácil con los ojos cerrados”, el hombre de arena nos traslada al otro lado del río y nos señala el camino más sencillo, el de dejar que el discurrir de los acontecimientos nos conduzca hasta el final del sueño.

jueves, 17 de diciembre de 2009

1. Osiris, Sumo Sacerdote


Primero fue una gran rey. Después de ser asesinado y cortado en catorce trozos por su hermano, cosido y resucitado, se convirtió en dios de la resurrección y la regeneración. Preside el Juicio de los Difuntos, donde contrapesa el corazón de los muertos con la pluma de la verdad y la justicia y decide si son merecedores de la inmortalidad o de una muerte definitiva. No creo que fuese el más ecuánime. Estaban locos estos egipcios.