jueves, 25 de noviembre de 2010

Martirio


Para no ser menos que otros, ahí va una dosis de humor tonto. Y es posible que detrás vengan más...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Totalitarismo

Decía Foucault (y no sólo él) que la Modernidad se caracteriza por la consagración del Sujeto, dueño de sus actos (la Razón). Frente a los cuerpos y corpúsculos del Antiguo Régimen, difuminados en sistemas de explotación que se transmitían de generación en generación, aparece el Individuo, con una identidad, intransferible y monolítica, necesaria para que pueda ser moldeado en las escuelas, controlado en su vida cotidiana, asalariado en las fábricas y, eventualmente, atendido en las clínicas y castigado en las cárceles.

Desde entonces hasta ahora no ha cambiado nada, más bien al contrario: la hipermodernidad exacerba los mecanismos de control. Somos números: cuando algo no encaja en este sistema tan perfecto y totalitario la máquina rechina. Si naces con un nombre no puedes vivir (ni morir) con otro, salvo que hagas la correspondiente gestión, cubras los impresos y lances la solicitud a alguna de las máscaras burocráticas con las que el engendro se camufla.

Kafka nunca escribió nada sobre lo que hay más allá de la muerte (que yo sepa); y, sin embargo, es asombroso cómo la Identidad del individuo, construida a lo largo de toda su vida, se prolonga, con sus vaivenes y deslizamientos, más allá de su desaparición, hasta que el oficinista de turno logre hacer cuadrar los números y los nombres, ponga un sello y cierre el expediente, y el Sujeto de verdad, el que no se ajusta a un carnet ni a una nómina, pueda, por fin, descansar en paz.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... Yo no sé!

viernes, 5 de noviembre de 2010

Envejecer

Las casas envejecen al mismo ritmo que los cuerpos que las habitan. Llega un momento en que duelen los huesos cuando llueve, separamos los ojos del periódico para leer mejor o descansamos en los descansillos; igual que los casquillos de las lámparas piden el cambio, se acaban los vasos de aquella colección que nos habían regalado hace años y las bisagras de los armarios se desatornillan.

Y, aunque hay casas y cuerpos que soportan mejor que otros el paso del tiempo (y no estamos hablando de remozados ni cremas antiarrugas), sólo hay un remedio contra el envejecimiento. Pero, eso sí, es infalible.