Más esperanzadora es la renacida pasión del Barón por el dibujo. Un impulso incontrolable le ha llevado a cinco kilómetros del pueblo, y allí ha levantado el vuelo su pasión adormecida, como los buitres que revolotean a su alrededor. Sensaciones aletargadas han vuelto a la vida: la mano que acelera el corazón, el sonido de la mina rasgando el papel, y, sobre todo, el fluir del tiempo, que se detiene; sesenta minutos de entrega.
El Barón se ha hecho el firme propósito de recuperar su tiempo para ello: la muestra no es gran cosa, pero posee un gran valor sentimental, además de ser lo que es: un apunte del natural sin retoques posteriores ni trucos digitales.

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