EL PP ha crecido en votos, lo que quiere decir que su discurso no ha generado rechazo entre sus votantes más moderados. Ése es el indicio preocupante, que puede significar que se mantenga en sus trece durante otros cuatro años. Si, por el contrario, el PP decide virar hacia el centro, dejaría espacio para un partido de ultraderecha más fuerte, al estilo europeo. ¿Qué es mejor, un partido de derecha que mantenga a los ultras en su seno o un partido ultra con opciones de convertirse en bisagra de pactos postelectorales?
El PSOE ha logrado su objetivo de fagocitar las opciones que se encuentran a su izquierda. Es el partido al que más conviene la tendencia imparable hacia el bipartidismo. El PSOE es cómplice de la conversión de la política en un circo en el que todo se dirime por la imagen; sólo se vende una marca, y el que no entre en el juego se queda fuera. Las medidas progresistas de ZP fueron posibles gracias al apoyo de la izquierda parlamentaria; ahora que este apoyo no es necesario, no sabemos hacia dónde irá el gobierno. O lo que es lo mismo: la anulación de las fuerzas políticas progresistas implicará que el PSOE proseguirá, previsiblemente, su deriva derechista, iniciada en los dos últimos años de la legislatura anterior.
Aun pensando en los 13 diputados que legítimamente corresponderían a IU, es muy poco para una opción política necesaria, si lo que queremos es evitar caer en un bipartidismo que no beneficia a nadie. Pero el problema está ahí fuera: la gente de izquierda se identifica con el PSOE porque éste aparece como una opción de gobierno progresista real, pragmática, algo que IU no ha sido capaz de transmitir y que, lógicamente, cada vez es más difícil.
El nacionalismo de izquierdas (ERC) se reduce, o no crece (BNG). Todo esto conduce a pensar que el PSOE ha llevado a cabo una política territorial que no sólo no ha mermado su apoyo en los territorios históricos (en Cataluña y Euskadi ha crecido mucho; en Galicia, bastante), sino que se ha ganado las simpatías de buena parte de los votantes de esas comunidades. Las reivindicaciones nacionalistas tienen un techo: parece que una política de mínimo respeto a las comunidades históricas y de integración consensuada en un proyecto estatal común (más o menos lo que ha hecho ZP), es suficiente para colmar las aspiraciones de buena parte de los votantes en dichas comunidades, que se habían visto impelidas a votar opciones nacionalistas en 2004 para contrarrestar el discurso extremadamente centralista de los años oscuros (2000-2004). Se aleja, por lo tanto, la posibilidad de un modelo federalista como el que propugna IU.
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