La madre y la hija han estado trabajando toda la mañana. El castillo de arena parece inexpugnable, y las dos contemplan con orgullo su obra. Poco a poco, las olas de la pleamar lo van cercando. Alguna se acerca hasta los pies de la muralla, para luego alejarse. La hija corre arriba y abajo. La arena, a su alrededor, se va humedeciendo. Una ola llega hasta la primera muralla y la desborda. Si está bien construida, aguantará esa primera embestida, conservando su forma, suavizada. La segunda muralla sólo ha sido afectada en su base. En el foso queda un charco, que se filtra con rapidez a través de la arena. El mar parece dar una tregua, pero, sin aviso, una segunda ola desborda los restos del paramento y el foso, y alcanza la segunda muralla. La hija contempla la escena con pavor. El mar se retira, pero el foso no se vacía. Los restos de la primera muralla retienen el agua. La tercera ola anuncia su llegada con un sonido más intenso que las anteriores. El agua desborda las dos murallas, alcanza al cuerpo principal, que se mantiene maltrecho, y rodea el recinto, encontrándose los dos brazos de la ola en la parte de atrás. El agua vuelve a la orilla, y en su regreso, arrogante, socava la parte posterior de la muralla. El foso y el interior del recinto ya no pueden desalojar el agua. La cuarta ola ondula las antaño sólidas paredes del castillo y se lleva la pluma de gaviota que hacía de estandarte. La hija llora. La madre la consuela. Apenas se distinguen ya la primera muralla y el foso. La segunda muralla se insinúa y el castillo es un montículo informe. Las sucesivas olas arrasan, cada vez con menos resistencia, cualquier resto de la antigua estructura. Hasta que, en un momento dado, el lugar donde estaba el castillo desaparece de la vista. Ha sido engullido por las aguas. Ambas se marchan a comer.
Horas después, la marea ha bajado y podemos apreciar cómo del castillo no queda nada; como mucho, una leve insinuación de lo que fue. Madre y hija, después de la siesta, buscan el enclave. No lo encuentran. La hija pregunta. La madre responde:
“Las olas vienen y van, pero siempre hay alguna que llega más lejos, porque la marea crece. En el momento en que se forma, nunca sabes cuál es la ola que llegará al castillo, pero sabes que alguna lo hará. Pero no es una ola aislada lo que destruye el castillo, sino la acción insistente y progresiva de todas las olas. Porque es la marea la que acaba con él. Las revoluciones son como la marea. Las que no son así, no son revoluciones. Son olas aisladas. Construyamos otro”.
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