Lo que está pasando en Bolivia es un buen ejemplo del atolladero en que nos encontramos. Un país reclama el control sobre sus recursos, pretende crear riqueza para distrubuirla de forma más equitativa, y reivindica una identidad frente a la hegemonía globalizadora, pero el sistema no deja margen a la duda: más desarrollo implica más destrucción. El colmo del cinismo es que Occidente se soliviante ante el derecho de los pobres a destruir su país, igual que lo hacemos nosotros.
Claro que lo ideal sería que los países en desarrollo paralizasen esta espiral de crecimiento, y que los indígenas pudiesen vivir tranquilos de una puta vez, en cualquier sitio, pero, ¿con qué derecho vamos a exigirle nosotros nada a nadie? Primero, que cese este crecimiento demencial (y de forma racional, no al son de las finanzas), en todo el mundo, empezando por nosotros, y después que se distribuyan el progreso y el daño, hasta que el mundo sea otra cosa distinta de lo que es. Y si no, a la mierda nos vamos todos...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario