Mecido por las olas, en la Cala de Barronal, el Barón descubre la razón de la profunda y misteriosa belleza del sitio y el momento.
Desde la orilla mediterránea, flotando en vaivén, la tierra se nos muestra en su íntegra desnudez, sin ropajes y ni tan siquiera vello; sólo una piel seca y áspera, arrugada, enjuta, curtida bajo el sol, morena de milenios.
Y es en la desnudez del ser humano, en la imbatible igualdad de los cuerpos descubiertos, donde nace esa intensa comunión planetaria, porque tiene lugar aquí, donde una mano invisible ha comenzado a desvestir a la tierra, a dejar al aire su piel y, en algún que otro rincón, lejos de la cala, hasta sus huesos, arrancada la epidermis por la uña de la civilización depredadora.
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