El fluir de la vida, ya que no hay expresiones matemáticas (el Barón no las conoce), se caracteriza por un presente continuo, de estar existiendo, valga la redundancia, rodeados de recuerdos por detrás, y esperanzas por delante. A veces, el pleno sentido del presente viene dado por la satisfacción de una esperanza, inmediatamente transformada en un grato recuerdo, sin transición.
La felicidad de un momento presente es inversamente proporcional a su corporeidad posterior: cuanto más feliz haya sido un momento, más difícil será recrearlo. Pero la anticipación de esa felicidad posee el extraño don de alegrarnos incluso antes de que esa dicha se manifieste de forma real. La felicidad, así, es como un heraldo de sí misma.
Este juego entre lo que se desea esperando, y la consecución de ese deseo, provoca una detención del fluir del tiempo. Durante unos minutos, todo lo que nos puede suceder no es sino la antesala de lo que estamos deseando que suceda, y lo disfrutamos prácticamente por igual, aunque siempre atemorizados por la idea de que no podamos consumarlo. Y, aun así, si eso sucediera, nadie nos podria quitar la dicha de haberlo deseado.
Por suerte para el protagonista de "El primer pitillo", su deseo, finalmente, se consuma. Relatos como éste hacen que la perspectiva de leer a Miguel Delibes ya sea una antesala de la felicidad de tener un libro suyo ante nosotros, sobre todo si aún no lo hemos leído.
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2 comentarios:
Hermosa argumentación señor barón. Pero que decir de los pesimistas?, esperando siempre a que lo malo ocurra, a que la peor de las posibilidades se materialice, a que la incorpórea felicidad se derrumbe dejando a la vista el horrible cadáver de la realidad más angustiosa?
Querido jabalí: dice el tópico que un pesimista solo es un optimista bien informado, tópico con el que el Barón concuerda plenamente. No creas que el Barón no ha pensado en lo que dices: de hecho, la diferencia es que la felicidad anticipada también es felicidad, pero el dolor no. Eso es miedo, que también hace sufrir, pero no es dolor. Ese sufrimiento por el dolor que nos queda por experimentar forma parte de la vida como cara de moneda.
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