El Barón camina bajo el puente ferroviario de Blackfriars, en dirección a la Tate Modern, cuando le asalta una sensación extraña; una especie de déja-vu. Una pequeña explanada, unos árboles, unas farolas, un pretil de piedra y el río. Todo aquello le resulta conocido, le recuerda a algo. La barra negra, de hierro, un simple cilindro apoyado puntualmente sobre el pretil, es la pista definitiva.
Allí transcurre una de las escenas más geniales de Match Point (quien no haya visto la película y quiera verla, que no siga leyendo, o que se salte este párrafo): esa barra negra es la cinta de la red imaginaria del campo de tenis en que Woody Allen convierte la vida de su protagonista, Chris. Allí golpeó el anillo, la prueba de su culpabilidad, cuando intentó deshacerse de él. Como una pelota que no alcanza el campo contrario y que, ahí radica la doble genialidad de la metáfora, precisamente por ello le salva de la acción de la justicia.
En estos tiempos de sobreinformación, en que viajamos acompañados de guías exhaustivas, en que cualquier visita comienza por la lectura de un cartel o una placa conmemorativa que nos avisa de dónde estamos, de qué personajes nacieron, trabajaron o murieron allí, resulta reconfortante reconocer un lugar significativo (al menos, para uno mismo) sin ayuda externa, solo gracias al deambular, a la mirada curiosa (aunque un poco bizca) y al recuerdo de una escena del maestro.
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1 comentario:
Saludos!!
La descripcion precisa.
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