¿Será la exhibición de la selección de Cretinia ante Rusia el síntoma de que algo está cambiando de forma irreversible en este reino? ¿Estaremos asistiendo a los estertores de un modo de ver el fútbol y la vida que nos ligaba con los más bajos instintos del ser humano? ¿Estaremos reaprendiendo (no olvidemos que una vez lo intentaron nuestros abuelos) a vivir en equipo, a ser solidarios, a disfrutar de la vida sin joder al prójimo y a sentirnos partícipes de la emoción estética? ¿Habremos desterrado los esencialismos patrios? ¿Llegará la gente a sentirse mejor representada por ese crisol de etnias y nacionalidades en que se ha convertido la selección (sólo falta algún galego, por culpa de los equipos de aquí, pero hay dos gitanos y un inmigrante)? ¿Acabará triunfando el modelo deportivo, estético y social que encarna la Masía sobre la garra y la furia de los ancestros?
El Barón lo duda bastante, pero, al margen de la desconfianza y temor que suscita toda esta euforia que le rodea, lo que es innegable es que a quien disfrute del fútbol le tiene que gustar cómo ha acabado jugando este equipo. Se parece mucho a otros que han dejado huella en los últimos quince años, pero basta que lo retome un Benítez, u otro Clemente cualquiera, para que volvamos al pasado.
Una última pregunta: ¿por qué se alegra Rajoy?
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