Como todas las playas que merecen la pena, Scala dei Turchi se resiste a ser hollada por el visitante. Tiene que ser abordada primero por un lado (por esa misma roca blanca y pulida que le da nombre), luego por el otro, hasta rendirse al bañista inofensivo.
Una vez allí, apenas cuatro personas más no son impedimento para disfrutar de un momento delicioso. Cuatro colores: el blanco del acantilado, el dorado de la arena, el azul verdoso del agua y el celeste, y los cuerpos desnudos en el agua, que se torna transparente cuando se acerca a la orilla.
El esqueleto varado de una barca (no es la de la foto), frente a un coche de juguete, enterrado en la arena, nos recuerdan la fugacidad del tiempo, y la importancia de vivir con intensidad momentos como éste.
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