Muchos kilómetros este día. Y la desilusión de perder dos entradas para un estreno operístico en el Teatro Massimo por culpa de un incendio en la autopista (algún día alguien debería estudiar la extraña relación de los sicilianos con el fuego). La verbena del Santo Crocifisso en las calles de Palermo no nos resarce del disgusto.
Por la mañana, un largo camino hasta Trapani y sus dos calles palaciegas (centro histórico) y su catedral. Y un salto de mil metros en funicular hasta Érice, un pueblo medieval convertido en parque temático (como tantos otros por Europa adelante, pero muy distinto al resto de Sicilia) con unas vistas espectaculares de la isla cuando las nubes no lo cubren.Y en esto llegó Segesta, ciudad rival de Selinunte, situada en lo alto de un promontorio y con un dominio visual sobre los valles que lo flanquean. El templo se encuentra apartado de la ciudad, en un lugar más bajo, tocado por el misterio ( se lo apropian periódicamente algunos grupos de fanáticos de las energías telúricas y bla bla bla).
Nos empieza a llamar la atención un fenómeno: todos estos templos, como casi todos, se orientan hacia el este, hacia el nacimiento del sol, pero han acabado convertidos en centros de un nuevo culto: el de la individualidad del turista que busca sensaciones estéticas, tanto más evocadoras cuando más se acerca el ocaso. Se han convertido en lugares de un culto crepuscular.
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1 comentario:
... inveja...
sá ou insá... mas inveja
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