martes, 1 de abril de 2008

La última visita

No estoy triste no puedo estar triste porque ha terminado la oscuridad de mis días.
Viajo hacia la luz contigo.
No puedo estar triste ahora que te vas y vengo a despedirme de ti a despedirte de mí.
Hasta los pies de tu lecho de moribundo me conduce un sendero dorado que refulge en el atardecer.
Por debajo de las nubes que se han llevado la lluvia lejos, hacia el norte.
Vuelo hasta ti y me deshago por el camino.
Engullo balas de algodón para luego convertirlas en luciérnagas.
Devoro la brisa empapada del aroma de los naranjos que florecen en las cunetas.
Mamá siempre dijo que eras un sol, pero no es cierto y fuiste mi noche y el mañana es para mí y el ayer será tuyo.
El sendero plateado bajo las estrellas.
Existe un hueco más allá del último astro y allí es adonde iré.
Contigo.
Por detrás de la estrella menos rutilante del hemisferio.
La luz allí no me cegará.
Buscando una paz que me has negado siempre.
Papá sólo quería lo mejor para ti.
Una infancia mágica.
Una adolescencia liviana.
Una carrera futurible.
Un trabajo rentable.
Una madurez plácida.
Una esposa entregada.
Una casa con jardín.
Una familia modelo.
Y tú lo tenías todo.
Y yo nada.
Me arrinconaste desde que te amoldaste a los deseos de papá no me diste opción a ser yo mismo me ocultaste detrás de un mascarón.
O de una columna de un pilar de un edificio de gomaespuma.
Allí me escondiste siempre.
Siempre en tu misma habitación en la bañera contigo en tu misma cama.
Durante años y años.
En aquel entonces sólo tenía la posibilidad que me ofrecían tus duermevelas.
Allí es donde yo adquiría poder donde jugaba en los campos de fresas y pensaba que al día siguiente sería diferente.
Que todo iba a cambiar.
Que por fin iba a ser.
A tu lado.
Contigo.
Siempre.
Pero nunca hubo mañanas para mí.
Hasta hoy.
Ahora seré libre aunque tenga que compartir tu suerte.
Atrás quedarán los días aciagos de soledad de pena infinita y congoja de sombra a tu sombra de alas recortadas de frustración.
Renunciaste a mí por complacerles a ellos, y, al final, lo estás pagando.
Ya lo has pagado.
El precio del éxito es el primer fracaso.
Ahí no hay supervivencia si no te acompaño yo.
Me relegaste me marginaste me ignoraste pero no pudiste deshacerte de mí.
Jamás pudiste abandonarme.
Bajaste la guardia ayer.
Pensaste que no podía contigo.
Pero en todo este tiempo me he hecho fuerte.
He aprendido a agazaparme.
Te sorprendí distraído en uno de tus vacuos divertimentos y nos lancé al abismo.
Y ese pitido intermitente está dando paso a un sonido continuo a una línea verde que marca el principio del fin y el inicio de tu viaje sin retorno.
Y yo viajaré contigo a los infiernos, porque comparto tu cuerpo aunque seamos mentes distintas.
Distantes.

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