miércoles, 27 de mayo de 2009

Barça

A priori, uno es aficionado de un equipo por esas razones del corazón que nadie puede ni sabe explicar. No es una cuestión genética, pero casi. La cosa parece más inexplicable si no hay un vínculo de proximidad: apenas conozco Barcelona, y menos, Catalunya. Pero es que, a medida que la razón se va cargando de sí misma, se van añadiendo factores psico-sociales, como la animadversión hacia ciertos símbolos rojigualdos y hacia ciertos comportamientos, digámoslo finamente, un tanto chulescos. En realidad, todo sería más difícil de enetender si no existiese esta dialéctica negativa que nos empuja a simpatizar por los adversarios de nuestros adversarios. Ése es, entonces, mi equipo: mès que un club, una idea, un símbolo, un sentimiento que se opone a lo que a mí me disgusta, que es odiado por aquellos a quienes me opongo. No generalizo: en todas partes hay excepciones, pero en esa parte (centro) siempre ha predominado cierto tufo anchocastellano que, envuelto en sus harapos (esta parte es discutible a día de hoy, cierto), suele despreciar cuanto ignora. Ojalá algún día esta razón de ser del Barça desaparezca y podamos decir: soy del Barça porque sí, no contra esto ni lo otro, además de.

Además de. He aquí la cuestión. Resulta que este Barça, por fin, ha acabado de materializar una idea (una filosofía, incluso) que lleva fraguándose varios lustros. Una idea que importó lo mejor de la escuela futbolística holandesa, la revolución que supuso el fútbol total, y la adaptó al club. Tenía que ser ese club, no sólo por la persona que lo hizo y sus raíces azulgrana, sino porque sólo en Catalunya podía suceder. Sólo Catalunya, que es Europa en España, podía ofrecer, como en tanto otros ámbitos de la vida social, una alternativa sólida al modelo español, basado en la chapuza, heredero del desarrollismo tardofranquista, basado en el pelotazo (nunca mejor dicho: tiene gracia que el mesías del equipo rival vaya a ser el mismo policonstructor megarrico que, hace poco tiempo, forró de galácticos el campo, de trofeos importantes las vitrinas y de pijerío el vestuario: algo debe buscar, y los madridistas deberían averiguarlo). Todo este bagaje ya fue importante en su momento: el resto de equipos no volvió a jugar igual tras el paso de Cruyff por el banquillo.

Y es que el equipo del Barça, hoy por hoy, es un modelo, no sólo para cualquier otro equipo, sino para cualquier organización. Ya lo viene siendo desde hace unos años (la resurrección final tuvo lugar con Rijkard), aunque haya pasado un par de años en blanco (si lo hizo fue porque, en el camino, se dejó algunos valores que ahora han recuperado). Decimos resurrección final porque, esta vez, la lección es definitiva. Se acabaron las veleidades (Robson, Mourinho, Serra Ferrer, etc.): habrá años mejores o peores, pero no tendría ningún sentido renunciar a los valores que han conducido al equipo hasta el lugar que ocupa hoy.

¿Por qué el Barça es un modelo para cualquier organización?

Porque reúne varias condiciones que lo hacen modélico. Muchas equipos presentan una, y algunos dos de estas condiciones, pero sólo el Barçá las reúne todas.

Conoce su razón de ser. Si el fútbol es un juego, hay que jugar bien. Si el fútbol es un juego convertido en negocio, entonces hay que jugar bien y bonito. Si juegas bien, sueles ganar el partido y siempre vas a tener de tu lado a tus aficionados. Si juegas bien y bonito, siempre habrá gente que te quiera ver jugar y pagará por ello. ¿Todo el mundo quiere jugar bien? Sí. ¿Todo el mundo quiere jugar bonito? No. El fútbol, como dice Messi, no es patrimonio del Barça, pero intentar jugar siempre bien y bonito, aunque no lo consigan, eso sólo lo hace este equipo. El Manchester Utd. puede jugar bonito si quiere, pero cuando quiere asegurar un resultado es capaz de jugar muy feo. ¿Qué es bonito? Simplifiquemos: lo que es objetivamente bonito (estéticamente atractivo para cualquiera, aunque no sea aficionado al fútbol). No es bonito el juego del Liverpool, aunque fascine a los amantes de la táctica. Es bonito el juego del Arsenal o el Villareal (no siempre). Es bonito el juego de muchos equipos que tienen estrellas, porque ahí, lo que es bonito es lo que hacen uno, dos o tres jugadores, pero no de forma sistemática. No era bonito el juego del Real Madrid de los galácticos, aunque Zidane o Figo metiesen varios goles antológicos. Se recordarán los goles y los resultados, pero no el juego del equipo (en cambio, se sigue añorando a la Quinta del Buitre, que nunca ganó la Copa de Europa: si yo fuese del Madrid, preferiría repetir quinta que repetir galácticos...). El juego del Barça es (no siempre, eso es utópico) armonioso, casi coreográfico. Por lo tanto, es atractivo (casi) para cualquiera.

Es un equipo solidario. Para que el juego bonito sea efectivo (y reporte resultados) todos deben estar comprometidos con la causa. En lugar de una o dos estrellas y nueve o diez luchadores, tiene algunos jugadores solventes, otros buenos, otros muy buenos o buenísimos, y un par de estrellas. Pero todos son luchadores. Se apoyan. Comparten una estrategia, y la táctica se adapta a sus condiciones individuales, pero siempre con la idea de optimizar los recursos disponibles. Hay muchos equipos que tienen esta condición y juegan como un equipo solidario, pero muy pocos con la calidad invidual del Barça. Donde hay estrellas, hay individualidades que te pueden resolver un partido, pero no gana el colectivo. Donde hay una buena plantilla, una estrategia compartida y un liderazgo táctico, hay equilibrio y brilla el colectivo.

Tiene una identidad. Aun sabiendo que el Barça es uno de los clubes más ricos del mundo, esto no es una excusa para el dispendio y el despilfarro. Los fichajes se hacen con una programación, con planificación y con sentido de equipo. Hay fichajes buenos y fichajes que no rinden como se esperaba, como en cualquier equipo, pero rara vez se ficha a un jugador caro que no rinda como se espera. Henry llegó en un momento difícil para el equipo, justo cuando éste se vino abajo (aun así, perdió una liga por un golaverage particular y llegó a semifinales de la Champions), pero ya ha recuperado su credibilidad y su estado de forma. Basar la construcción de los equipos en el fichaje de grandes jugadores es una politica corta de miras. Puede salir bien, pero pocas veces. El ejemplo negativo es el Chelsea: No hay equipo en el mundo que ofrezca menos fútbol habiendo desembolsado tanto dinero y teniendo uno de los presupuestos más altos del mundo (más que el Barça, sin ir más lejos). Pero, sobre todo, hay una política de cantera que funciona. Éste es una de las condiciones que muy pocos de los equipos de alto nivel, por no decir ninguno, cumplen, Hay muchos equipos que basan sus plantillas en la cantera (el paradigma es el Athletic, claro está, y otros como el Sporting, o la clase media de la Premier), pero ninguno tan competitivo como el Barça. Esto hace que se produzca una identificación del público con su equipo, y de los jugadores con el club. Hay quien dice que el Barça roba jugadores jóvenes a otros equipos: no en la misma medida que otros ni, desde luego, al mismo nivel que los equipos de la Premier. Por lo tanto, si nos estamos comparando con otros equipos europeos de primer nivel, no hay color. Y cualquier comparación con otros equipos españoles tiene que tener en cuenta esto.

jueves, 14 de mayo de 2009

El consuelo, la terapia, el refugio... y la lucha


Éstos podrían ser los protagonistas de una fábula moral sobre la condición del sujeto burgués tardo-moderno. Es difícil marcar los límites, pero Freud parecía tenerlo claro: el sujeto moderno burgués (quedando al margen las crecientes masas empobrecidas que ni siquiera pueden satiafacer las necesidades básicas: alimento, vivienda, dignidad) necesita muletas para sostenerse en el azoramiento provocado por el vacío existencial creado tras la muerte de dios (y sin que ésta sea condición necesaria, en una doble pirueta espiritual por la que, pese a toda la metafísica que garantiza una eternidad en el paraíso, los creyentes del primer mundo siguen prefiriendo éste que el otro).

Para Freud, éstas eran de tres tipos:
a) Satisfacciones sustitutivas que reducen la miseria espiritual (he aquí el apogeo del arte moderno como fórmula mágica: debes crear no para rendir pleitesía a nada ni a nadie, sino para sentirte más de lo que eres; la autoestima y el ego del artista).

b) Distracciones poderosas que relativizan esa miseria (entonces aparece la ciencia: debes investigar para sentir que tu vida tiene algún sentido más allá de ti mismo; debes ser útil, realizarte en el trabajo).

c) Narcóticos que palian los males del ánimo y nos insensibilizan ante nuestra propia finitud.

La deriva del siglo XX y el triunfo del capital han llevado a una sobrexplotación comercial de estas muletas: el arte convertido en negocio, el trabajo en serie y supeditado a los intereses de los poderosos, y el consumo masivo y creciente de narcóticos.

Y, sin embargo, siguen funcionando. Tenemos nuestras propios terapias para reforzar nuestra autoestima, para sentirnos creativos (ten un blog, escribe una novela, pinta un cuadro). Tenemos nuestros propios consuelos desplazados de sitio en un "naufragio de vaivenes": lo que a unos (creadores) satisface, a otros (consumidores) distrae. Lo que a unos distrae (trabajadores) a otros (consumidores) satisface. Tenemos nuestros propios narcóticos, aunque poco han cambiado de forma.

Ante esta reflexión, surge una pregunta seria, y otra frívola:

¿Qué lugar ocupa la lucha en este imaginario del burgués postmoderno? ¿Va más allá de la satisfacción personal o es una simple distracción? ¿Y qué ocurre con las formas de la lucha? ¿De quién dependen?

¿Qué es el Pep Team? ¿Un juego que hipnotiza, una distracción precisa, un arte colectivo?

miércoles, 13 de mayo de 2009

El Barón en el Templo

Nada puede sustituir,
nada,
a la emoción de sentir,
y con ella compartir
grada,
crema
y escalivada.
Gracias a Miguelito por la sugerencia del título.