jueves, 14 de mayo de 2009

El consuelo, la terapia, el refugio... y la lucha


Éstos podrían ser los protagonistas de una fábula moral sobre la condición del sujeto burgués tardo-moderno. Es difícil marcar los límites, pero Freud parecía tenerlo claro: el sujeto moderno burgués (quedando al margen las crecientes masas empobrecidas que ni siquiera pueden satiafacer las necesidades básicas: alimento, vivienda, dignidad) necesita muletas para sostenerse en el azoramiento provocado por el vacío existencial creado tras la muerte de dios (y sin que ésta sea condición necesaria, en una doble pirueta espiritual por la que, pese a toda la metafísica que garantiza una eternidad en el paraíso, los creyentes del primer mundo siguen prefiriendo éste que el otro).

Para Freud, éstas eran de tres tipos:
a) Satisfacciones sustitutivas que reducen la miseria espiritual (he aquí el apogeo del arte moderno como fórmula mágica: debes crear no para rendir pleitesía a nada ni a nadie, sino para sentirte más de lo que eres; la autoestima y el ego del artista).

b) Distracciones poderosas que relativizan esa miseria (entonces aparece la ciencia: debes investigar para sentir que tu vida tiene algún sentido más allá de ti mismo; debes ser útil, realizarte en el trabajo).

c) Narcóticos que palian los males del ánimo y nos insensibilizan ante nuestra propia finitud.

La deriva del siglo XX y el triunfo del capital han llevado a una sobrexplotación comercial de estas muletas: el arte convertido en negocio, el trabajo en serie y supeditado a los intereses de los poderosos, y el consumo masivo y creciente de narcóticos.

Y, sin embargo, siguen funcionando. Tenemos nuestras propios terapias para reforzar nuestra autoestima, para sentirnos creativos (ten un blog, escribe una novela, pinta un cuadro). Tenemos nuestros propios consuelos desplazados de sitio en un "naufragio de vaivenes": lo que a unos (creadores) satisface, a otros (consumidores) distrae. Lo que a unos distrae (trabajadores) a otros (consumidores) satisface. Tenemos nuestros propios narcóticos, aunque poco han cambiado de forma.

Ante esta reflexión, surge una pregunta seria, y otra frívola:

¿Qué lugar ocupa la lucha en este imaginario del burgués postmoderno? ¿Va más allá de la satisfacción personal o es una simple distracción? ¿Y qué ocurre con las formas de la lucha? ¿De quién dependen?

¿Qué es el Pep Team? ¿Un juego que hipnotiza, una distracción precisa, un arte colectivo?

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