viernes, 15 de octubre de 2010

460 ml

Donando sangre (por vez primera, eso sí) uno tiene la sensación de que le están robando algo precioso, irrecuperable. Sabemos que no es así, que un cuerpo sano la regenera, que alguien lo agradecerá, más o menos conscientemente, y que esa bolsa de plástico puede servir para prolongar o incluso salvar alguna vida. Casualmente, en la televisión que permanece encendida en el centro de transfusión están con el informativo de la tarde. Noticia: en Ciudad Juárez hay problemas con la sangre. Los hospitales y centros de salud no dan abasto para cubrir las necesidades de una población que se desangra ahogada en el caos y la violencia, envuelta en un "genocidio de mercado" (Harmodio dixit). Normal que no den abasto, si la sangre ya es un bien escaso aquí, en una nuestra tranquila y resguardada esquina del Primer Mundo, qué no va a pasar allí, en el epicentro de la agonía de la civilización occidental. Y uno vuelve a pensar en lo mismo: ¿no debería dar paso la especie humana a formas de vida, si no más evolucionadas, menos agresivas con el mundo? O sea: ¿merece la pena donar sangre para "que siga esta demencia"?

No hay comentarios: