Un tercer anfiteatro proporciona una perspectiva privilegiada de la coreografía, pero se pierde una parte del efecto más impresionante de un ballet clásico: la ingravidez aparente de sus protagonistas. Si se pudiera elegir, lo ideal sería disponer de un espejo recubriendo el escenario.
Entre vuelo y vuelo, vienen así a la memoria cosas como los nuevos pasos aprendidos por mi hermana tras su clase de los viernes, que nos mostraba entusiasmada sobre el parquet de la sala, o aquel libro del Cascanueces que teníamos, del que recuerdo unos ratones siniestros de ojos rojizos, y al muñeco protagonista en la portada, y hasta aquel calendario que colgaba en la cocina de la casa de mis abuelos, donde una fotografía del García Barbón no desmerecía la elegancia y suntuosidad del sitio.
En estados como éste, en fin, uno tiende a encontrar indicios de un pasado que no volverá en una infinita gama de objetos y sucesos cotidianos y no tan cotidianos...
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