jueves, 22 de marzo de 2007

¿Quién quiere ser el malo?

Cuando era pequeñito, el Barón pasaba largas horas con su mejor amigo, jugando a indios y vaqueros. El instrumental: los típicos muñequitos de plástico que todo el mundo conoce. La historia: un sangriento cerco de los indios al fuerte, que siempre acababa igual, con dos supervivientes (uno por bando) que hacían las paces y se marchaban juntos por el desértico pasillo adelante, dejando atrás un reguero de sangre, muerte y destrucción (al Barón le encantan los "trópicos", como diría la miss intelijente).

Ahora, dos científicos de California dicen que han descubierto la zona del cerebro en la que se resuelven los dilemas morales. Han estudiado a unos cuantos pacientes con el córtex prefrontral ventromedial (VMPC) dañado, y han visto que estos pacientes no dudarían en tomar decisiones que la gente con el cerebro en su sitio no tiene tan claras. Decisiones como optar por sacrificar a un hijo para salvar a varias personas o matar a sangre fría a un asesino en serie. Decisiones que implican un dilema entre una elección favorable al bien común o condicionada por nuestras emociones y sentimientos. Colectividad e individualidad. Lo socialmente correcto y lo individualmente satisfactorio.

En La vida de los otros, el protagonista se nos aparece como un hombre profundamente convencido de que con su labor policial ayuda a construir el socialismo, que es la emancipación de la humanidad. Dejando al margen si esto es así o no (si es que es posile clarificarlo en abstracto), la cuestión es que el protagonista acaba identificándose con el objeto de su espionaje, hasta el punto de que renuncia a su compromiso con el Otro (el sistema) para favorecer al otro (un individuo). No está claro por qué lo hace (el segundo mayor fallo de la película), pero es un proceso inverso al del daño en el VMPC: donde antes no había lugar a la compasión por el sufrimiento de un individuo concreto, ésta aparece: sin ningún tipo de daños cerebrales. Se intuye que lo que se produce es un ataque de escepticismo, una pérdida de fe en el sistema, que acarrea el propio sacrificio personal del protagonista.

Pero el mayor fallo de la película es que, sumada a esta falta de tacto a la hora de reflejar la ambigüedad moral de los personajes (la de todos), aparecen figuras arquetípicas como el ministro. Un tipo repulsivo en todos los aspectos, que encarna toda la maldad del sistema estalinista (la corrupción del ideal por el poder personal). Demasiado acartonado para ser creíble. Le ocurre a esta película, en opinión del Barón, lo mismo que a La Lista de Schindler con el antagonista: no se puede pretender mostrar la bondad o maldad de un sistema social haciendo aparecer a sus defensores como psicópatas, porque no es real. Todos somos la sociedad y todos somos moralmente ambiguos.

Si hasta el Barón y su amigo, cuando eran pequeñitos, sabían que, al final, después de masacrar a un regimiento de caballería a o una tribu indígena, nadie quiere ser el malo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hablando de identificarse con la idea del otro y las ambigüedades personales, hace unos días publicó Scott Adams un artículo que, dejando a un lado la parte cómica, habla de un estudio sociológico bastante interesante.

http://dilbertblog.typepad.com/the_dilbert_blog/2007/03/today_i_will_im.html

"One of the most potent forms of persuasion has to do with people’s innate need to be consistent. Studies show that people will ignore logic and information to be consistent."
[...]
"Once a person commits an opinion to writing – even an opinion he does not hold – it soon becomes his actual opinion. Not every time, but MOST of the time."