miércoles, 10 de diciembre de 2008

Pacífico

El nombre, el título, muy importante: Pacífico. Es directo y evocador. Es, a vuelta de novela, provocador. Expresa la amplitud, la universalidad, lo inimaginable por sus dimensiones, “el océano que no tiene memoria”. Contrasta (de ahí la provocación) con la realidad geográfica que se narra: una familia en apenas un barrio –un piso, una pensión, un comercio- de una ciudad que se quiere Barcelona, que regurgita recuerdos y los fagocita después, mediante la memoria de la voz que nos narra.

De ese contraste emana la magia de la historia contada y sus temas (la familia y el amor, la lealtad y la libertad, el azar y la fatalidad, lo individual y lo universal) a través de un acontecimiento esencial que se va filtrando página a página, hasta la reconstrucción final, el descubrimiento, el colmo de la evidencia camuflada tras la más inverosímil de las apariencias, para revelarnos así la crueldad del destino, la imposibilidad de revertir la vida y reparar los errores propios y ajenos.

Por cómo se afrontan esos errores, cómo influyen las variables posibles en la traza de cualquier trayectoria vital, se dibujan los personajes necesarios: los justos para que constituyan muestra e historia, sin excesos y con secundarios que parecen sombras del subconsciente. El padre y el hermano: los protagonistas, los dueños de la desgracia, las víctimas de la vida, el referente negativo de un narrador que sufre por no encarnar su ideal: el escritor de trágico destino en su búsqueda incesante de la verdad (como Hemingway), y que adopta la forma del escritor de doble vida (agente de seguros, deconstructor del ser contemporáneo: como Kafka). Las mujeres de ambos, que sufren los efectos colaterales, que buscan su propio camino, y que son germen de todo. El hombre que no es familia, que es primero testigo y después protagonista pero siempre como quien goza del agua sin mojarse los pies. Y otros seres que jugarán su papel.

Estos seres y sus recuerdos transitan a través de la historia sin perder nunca la forma, sin salirse de su propia silueta, sin alterar la atmósfera del conjunto, una mezcla de ensoñación, crudeza, nostalgia, dulzura y alivio, de tragedia blanda cubierta de caramelo endurecido.

Un producto que parece liviano, ligero como el carbono, de apenas 200 páginas, pero pleno de oxígeno, fluido, elaborado minuciosamente durante siete largos años por ese agradable descubrimiento (del Barón, se entiende) llamado Garriga Vela.

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