viernes, 27 de agosto de 2010

Profundidades, de Henning Mankell

Lars Tobiasson-Svartman es un especialista consumado en su trabajo: mide las profundidades del mar como nadie. Calcula distancias y tiempos con gran precisión. La Marina sueca lo sabe, y cuenta con él para hallar nuevas rutas, más seguras, en el marco de una Primera Guerra Mundial que comienza en el Báltico. Pero no sabe nada más, ni del mundo, ni de sí mismo. Y su exploración se convierte, de forma casi imperceptible, en el sondeo irreversible de su abismo interior.

Lars duerme con su plomada de bronce sobre el pecho. Ella nunca lo abandonará, pero le arrastra hacia las profundidades lentamente sin que él parezca ser consciente de ello. Lars sabe cuánto tiempo tarda un cuerpo físico en llegar al lecho marino; cualquier cuerpo, en cualquier punto del océano. Pero no sabe cuánto tardará él en llegar a ese lecho. No sabe cuánto de profundo es su propio abismo. Ese viaje lo realiza a lo largo de la narración, y cada paso que da, cada decisión que toma, lo aproxima sin cesar a su destino, con gran precisión y a un ritmo constante.

Lars no sabe nada de sí mismo ni del mundo que le rodea; no se reconoce en los demás, pero el contexto en el que inicia su viaje (la vida militar, la guerra más cruel conocida hasta el momento) no le ayuda a trascender esa coraza; más bien le incita a continuar su descenso hacia lo más hondo.

Lars navega en tierra de nadie: es un hombre que reniega de sus orígenes familiares y de su poderosa familia política, pero no se identifica con la amigabilidad de una vida social entre la gente llana, ni puede aspirar a integrarse en el círculo de los elegidos. Busca un sentido a su vida siempre en otro lugar a aquel donde se encuentra: su aventura es un vaivén entre dos polos, simbolizados en dos mujeres con las que comparte una vida paralela, hasta tal punto que deja de ser vida y, al final, deja de ser paralela, arrastrando a la locura a una de ellas (algo que el autor no nos oculta en ningún momento, pues así comienza el libro).

Lars es la encarnación de la emergente clase media europea de principios del siglo XX, la víctima predilecta de la jaula de hierro de la modernidad. Un hombre cuya identidad externa está perfectamente delimitada (la reiteración de su nombre y apellidos a lo largo del libro es un recurso del autor para recordarnos esto), pero su turbulento interior es una incógnita hasta para él.

Profundidades es un cruce entre Ingmar Bergman (la muerte, la soledad y el frío como acompañantes inseparables de la existencia burguesa), y Joseph Conrad y Allan Poe (la exploración como búsqueda de los límites de la razón humana). Lars es un Kurtz de sí mismo, y son las tinieblas de su corazón las que le conducen a la negrura gélida que esconde el hielo del Báltico bajo su blancura infinita.

Profundidades no es un libro recomendable para estados protoneuróticos, salvo que uno quiera perseverar en la búsqueda de su propio lecho abisal. En este caso se recomienda utilizar una plomada, o dejarla en cubierta si queremos verlo por nosotros mismos y sumergirnos a pulmón.

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