viernes, 22 de junio de 2007

Binomio fantástico

En su empecinamiento por combatir las últimas manifestaciones del Padrecito Korsakoff, el Barón se presta a la autohuiquificación, mostrando a sus invitados el resultado de su primera intervención en el taller literario al que se ha apuntado. Iluso.
El ejercicio consistía en crear un relato a partir de dos palabras escogidas al azar. Quiso éste que el Barón encontrase en el diccionario dos conceptos aparentemente inconciliables (ahí está la gracia del ejercicio): católico y poni.

El poni sería católico, pero el jinete era protestante, de eso no hay duda. Lo supongo porque no paraba de hacer gestos obscenos a su mozo, que se ocultaba en la parte de atrás de la caja, no visible al público.

Uno está acostumbrado a ver a los atletas, a los futbolistas antes del pitido inicial, a los nadadores... pero no es normal ver a un caballo santiguándose, y menos a un poni. Me lo imagino en la típica foto de primera comunión, con traje de marinerito y la atmósfera onirizada por un velo de nácar (es probable que invitase a sus amiguitos de la cuadra a su fiesta, en la que abundaría la hierba fresca).

A medida que avanzaba la carrera, su montura quedaba más y más rezagada. La fe de un équido se mide en yardas, no en padrenuestros ni avemarías. El jockey espoleaba al pobre creyente con saña, pero la distancia con la cabeza aumentaba.

Fue entonces cuando se hizo la luz. Era como un haz, como un foco que alumbraba al pequeño poni y a su incrédulo jinete. Y fue entonces cuando la desventaja se fue reduciendo, y los dos remontaron hasta situarse en cabeza de carrera. Y así llegaron a la meta, y subieron al podio.

Un éxtasis, una sensación milagrosa recorrió las gradas. La quiniela acababa de explotar, de reventar su lluvia de millones para venir a cubrirme a mí, y sólo a mí. El único apostante que había confiado en Pequeño Tío y en el jinete, que no me acuerdo de cómo se llamaba. Son las ventajas de ser intermediario. De nada.

El barón admite que no es gran cosa, pero en su descargo alega la falta de tiempo y dedicación, que espera corregir a partir de ya. El coordinador del taller, además de llamar su atención sobre la proliferación de conjunciones copulativas en el penúltimo párrafo (era intencionado, pero es cierto que no resulta muy brillante), pregunta qué quiere decir la última frase. El Barón duda de si decirle la verdad (salío así, la ambigüedad del personaje que narra, que es un ángel ludópata, y a la vez es la misma divinidad, que también es ludópata; o "es la respuesta al agradecimiento de jinete y poni, que saben de su intercesión"). En fin...

La siguiente propuesta se llama "La hipótesis fantástica", o "Qué pasaría si..." La duda que ahora tiene el Barón es entre dos opciones a) ¿Que pasaría si hoy fuese el Juicio Final? o b) ¿Qué pasaría si una fuerza galáctica de interposición viniese a la Tierra para evitar que sigamos jodiéndonos la existencia?

1 comentario:

Anónimo dijo...

que apocalíptico le veo, querido barón, quizá sus hipótesis fantásticas podrían ser menos definitivas y catastrofistas para la especie humana. Que tal algo más naif, aunque no por ello menos preocupante, como ¿que pasaría si todos los muñequitos de gominola cobrasen vida de repente? o ¿que pasaría si las patatas tuviesen patas y a partir de un momento en su maduración corriesen como posesas por los áridos campos da límia?....... No sé... hay tantas posibilidades.....¿por qué desear el fin del mundo? ¿quizá vemos demasiadas películas yankis de acción?