martes, 3 de julio de 2007

Qué pasaría si...

A pesar del comentario irónico de la Duquesa de Belflor (recién incorporado a la nota anterior), al Barón le place poner en conocimiento de sus invitados su última aportación. Sí, Duquesa, hay cierto tono apocalíptico, pero también reconocerá que los escritos del Barón no están libres de cierta ironía...

Discurso del Secretario General a la Asamblea de Naciones Unidas. Nueva York. 24 de junio de 2008.

Señoras y señoras representantes:

Hoy se cumple un año desde que el curso de la historia de la humanidad cambió para siempre. El 24 de junio de 2007 el mundo entero pudo ver cómo daba comienzo el mayor desafío al que nunca tuvo que enfrentarse la raza humana y, por extensión, cualquier especie viviente sobre La Tierra.

Ese día, un mensaje nítido fue captado por numerosas estaciones de radio de todo el planeta. En él se nos ponía sobre aviso, a todas y todos los habitantes del mundo, de la próxima visita de una delegación de seres extraterrestres. Como una historia de ciencia-ficción, la pesadilla imaginada por varias generaciones se hacía realidad.

Más allá de la comprensible sorpresa general, y de la gigantesca magnitud de la noticia, la humanidad supo sobreponerse a la primera impresión y, en un acto de buena fe, aceptó la visita.

Todo el mundo puede recordar, porque sin duda es uno de los momentos culminantes en la historia de La Tierra, cómo en esta misma sala, ante los jefes de estado y de gobierno de todas las naciones, un embajador alienígena de nombre impronunciable se dirigió al mundo en un perfecto inglés. Y lo hizo en unos términos que, tanto entonces como hoy, resultarían inaceptables.

Recordamos las acusaciones del embajador, que decía hablar en nombre de una confederación de planetas de la nuestra y de otras galaxias, atreviéndose a reprocharnos una supuesta falta de capacidad para solucionar nuestros propios problemas. Por añadidura, el embajador nos acusó de fabricar y almacenar armas de destrucción masiva, en cantidad muy superior a la que necesitaríamos, según él mismo dijo, para destruir nuestro planeta una sola vez, poniendo en riesgo, en un futuro no muy lejano, la misma supervivencia del equilibrio universal. La gota que colmó el vaso fue su exhortación al desarme de todos los ejércitos del mundo y a adoptar un sistema político y económico incompatible con el grado de desarrollo adquirido por nuestra especie, y con los logros del liberalismo como forma suprema de gobierno.

A la negativa de la Asamblea a ceder a las exigencias del embajador siguió aquel infame ultimátum, en el que se desafiaba a toda la humanidad a destruir los arsenales de misiles de largo alcance de las potencias nucleares, y a desmantelar los sistemas de seguridad antimisiles que se estaban comenzando a desplegar. Aquello fue el comienzo de una lucha dura, intensa, dolorosa y sangrienta, pero victoriosa.

El 1 de agosto de 2007 es una fecha que la humanidad debe mantener grabada en su memoria, como la fecha de la infamia. La fecha en la que expiraba el plazo para acceder a las intolerables condiciones de la confederación. La fecha en que la Tierra fue objeto del ataque de naves procedentes del espacio exterior. Todos recordamos el pánico inicial ante la naturaleza desconocida de las armas utilizadas por los extraterrestres, ante el grado de destrucción experimentado en los días posteriores por las principales capitales del planeta. Washington, Moscú, Londres, París, Berlín, Tokyo, Beijing... fueron sometidas a intensos bombardeos de fotones. Las armas inteligentes de la confederación no buscaban causar bajas entre la población civil, es cierto, pero destruían el tejido industrial y económico, y las vías de comunicación de las principales potencias, poniendo en peligro la supervivencia de la especie.

Mientras la población de los países más industrializados resistía, luchando calle por calle y casa por casa, y se veía privada de satisfacer sus necesidades elementales, nuestros científicos buscaban con ahínco la fórmula para contrarrestar los efectos de las armas del enemigo.

Así, resistiendo en las trincheras y trabajando infatigablemente en la retaguardia, llegamos a enero de este mismo año, en que las tornas se cambiaron. Las fuerzas de la confederación, sorprendidas por la tenaz resistencia ofrecida, liderada por los Estados Unidos de América, comenzaron a espaciar sus incursiones, y a intentar una solución negociada.

Todos recordarán cómo se discutió y debatió en esta misma Asamblea, durante ocho largas jornadas de trabajo, una postura común ante el giro que habían tomado los acontecimientos. Logramos llegar a un acuerdo para no ceder al chantaje. Logramos lanzar un mensaje de unidad que sin duda así fue percibido por los miembros de la confederación. Fruto de ese consenso entre todas las naciones de la Tierra fue el acuerdo al que se llegó, el 21 de marzo, entre la humanidad y los extraterrestres.

Las fuerzas de la confederación se comprometieron, por ese acuerdo, a no volver a conminar a la Tierra a que abandonase el rumbo que la especie humana eligió por propia voluntad y sin imposiciones foráneas, y a no entregar sus armas bajo ningún concepto. Por nuestra parte, la Asamblea se comprometió a no desarrollar armas de largo alcance que superasen los límites del Sistema Solar.

El 13 de abril se firmó aquel histórico acuerdo. El 13 de abril fue sin duda el día más grande en la historia de la humanidad. Fue el día en que la raza humana supo resistir una invasión extraterrestre. Fue el día en que el liderazgo de los Estados Unidos de América se hizo más evidente que nunca, e irrenunciable para todos los pueblos de La Tierra.

Es por todos estos acontecimientos vertiginosos que nos encontramos hoy aquí, en la Asamblea General de Naciones Unidas, para decidir la autodisolución del organismo, ante la necesidad de que sean los Estados Unidos de América, el país más poderoso, y el que sostuvo la lucha frente al enemigo, aun en los momentos más difíciles, quienes asuman el papel de gobernante de la humanidad.

La gran lección que todos hemos extraído de la Guerra de Independencia Planetaria, que hemos ganado, es la de que no hay otra salida para el mundo más que la implantación generalizada de la economía de mercado, y de la democracia como forma de gobierno, y todo ello con un liderazgo fuerte y sin fisuras, para lo cual es necesario que los restantes países renunciemos a parte de nuestra soberanía, a cambio de lo que el mundo en general gana en seguridad. Es lo mejor para todos, y así espero que los representantes lo entiendan.

Yo, por mi parte, como Secretario General de Naciones Unidas doy el primer paso en esa dirección dimitiendo del cargo y poniendo la continuidad del mismo a disposición de lo que esta Asamblea decida, que, estoy convencido de ello, será la autodisolución y la encomienda al Presidente de los Estados Unidos de que asuma el gobierno del mundo, la única opción razonable que le queda a la humanidad.

Gracias a todas y todos por el trabajo desarrollado en este tiempo. El futuro, no lo duden, está ganado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos