lunes, 30 de julio de 2007

Los Genoveses

En uno de los paisajes más encantadores del Cabo de Gata, el Barón se atreve a asumir el papel de aprendiz de sociólogo, habiendo elaborado un perfil de la Playa de los Genoveses, producto de un típico paseo anticolesterolémico, que ahora se atreve también a mostrar a sus invitados.
Viene el nombre de la playa de un desembarco realizado por marinos procedentes de aquel lugar a finales de la Edad Media, pero los únicos restos que se conservan de otra época son el antiguo molino restaurado, que recibe a los visitantes sobre el collado que da acceso al arco volcánico que conforma la ensenada, y las viejas terrazas que un día albergaron cultivos y hoy sólo soportan el estoicismo de las chumberas.
De más atrás vienen las dunas fósiles que jalonan transversalmente la playa, y que actúan a modo de límite entre sectores, sirviendo al Barón para secuenciar su análisis de la división social del playerismo.
Al norte, una inmensa mole volcánica separa la ensenada del puerto de San José, aunque desde la playa se atisban los tentáculos de la especulación, asomando por detrás de la montaña como las patas del pulpo por detrás de la roca que le sirve de escondrijo.
Al sur, otra gran mole ha sepultado una duna, y el mar se ha encargado de revelar al mundo el enterramiento al erosionar la montaña y dejar al descubierto un sustrato blanquecino que refulge con el sol de la tarde. Más al sur, el mar dobla la esquina del Cabo de Gata.
Desde esta gran duna sepultada hasta la primera visible se extiende la zona nudista, que es, de largo, la más tranquila y sosegada. Mucha gente y mucho respeto al vecino: también sería interesante hacer un recuento de la gente que lee en la playa, porque el porcentaje de lectores en la zona nudista se incrementa de forma espectacular: ¿sirven los libros para evitar las miradas impúdicas?
Entre esta primera duna y la siguiente (las más alta y espectacular, que divide la playa en dos sectores claramente diferentes) se ha detectado una zona mixta, con algunas características propias de la nudista (sosiego y una separación media entre sombrillas de unos diez metros) pero una disminución notable en la proporción de nudistas.
Pasada la gran duna fósil, el Barón descubre la playa principal, que se extiende físicamente sin solución de continuidad hasta su límite septentrional. En ésta se detectan igualmente los sectores, pero con un límite difuso. Abunda en este sector el individuo estándar: playero en familia, infraestructura lo más semejante posible a la que puede encontrarse en su casa (excepto, de momento, los electrodomésticos; no valen las neveras portátiles). El nivel de decibelios se incrementa considerablemente, gracias a los niños obesos incipientes que no paran de berrear mientras salpican a los paseantes y las padres y los madres que no dejan de gritarle a sus borjamaris desde la orilla. También están los que hablan a gritos aunque se encuentren a un metro de distancia. No es raro el top-less. La distancia entre sombrillas se reduce conforme nos aproximamos al aparcamiento.
A medida que nos dirigimos al norte, la distancia entre sombrillas vuelve a aumentar, y el perfil varía notablemente: aparece el primer cánido, a los que después se suman algunos más. Sin habernos percatado, estamos en la zona neojipi: se puede escuchar alguna flauta. Esta especie, endémica del Cabo de Gata, tiene su habitat natural en la cala de San Pedro, pero algunos elementos se esparcen por el parque. De la degeneración de esta especie (iniciada en los años setenta) da cuenta el hallazgo del Barón: en el extremo norte de la playa, antes de retornar a la zona sur, se aprecia, sobre la arena, una hermosa figura escultórica, estilizada, que representa a una sirena varada. Junto a ella, una inscripción medio borrada: "Necesitamos dinero. Nos hemos quedado sin cerveza".
Se aceptan críticas, sean positivistas o hermenéuticas.

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