viernes, 20 de junio de 2008

Y Sciacca (16 de junio de 2008)

Es en lugares como éste (Pupi tardó en decirlo bien, pero al final lo consiguió: Xacca), poco conocidos, donde se pueden encontrar identidades menos difusas que en los "lugares de interés" (como dicen en las guías), donde el dinero del turismo las disuelve con más facilidad.
En Sciacca, los protagonistas de la historia siguen siendo sus habitantes; los turistas seguimos siendo personajes secundarios. El ritmo de la vida lo marcan las costumbres: los pescadores que salen a faenar, los chavales formando pandillas y correteando, los viejos sentados en las aceras, viendo pasar el desfile interminable de coches (en eso no es diferente al resto de las ciudades sicilianas), y hastalas familias saliendo en bloque a cenar sus pizzas.
Sciacca tiene algún monumento más o menos vistoso: iglesias, palacios, un balneario... También tiene algunas leyendas curiosas (San Calogero, patrón de la ciudad; la Isola Ferdinandea, que por sí sola daría para una novela). Pero, sobre todo, tiene el encanto que proporcionan los matices de la vida cotidiana en plena efervescencia (salvo a la hora de la siesta).


Ahora, asomados al balcón, asistimos al momento sublime en que la luna, casi llena, extiende su reflejo sobre un Mediterráneo cuyo rumor, gracias al cálido viento sur (que mañana nos envolverá con fuerza), llega hasta nosotros con nitidez, igual que el motor de los barcos que, como ayer, desfilan con humildad frente al Capo San Marco, como han hecho siempre.

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